domingo, 9 de octubre de 2016

Arroz

Dorar el conejo y, a continuación, añadir los ingredientes del sofrito (tomate, pimiento verde, cebolla y ajo). Seguidamente, echar la patata (cortada a rodajas de algo más de un centímetro de grosor). Al poco, añadir el arroz y sofreírlo; por último, el agua.  Sazonar al gusto.

Mi abuela alimentó a sus hijos y, ocasionalmente, a sus nietos, con un exiguo repertorio de guisos entre los que destacaba el arroz con patatas y conejo, que ella pronuncia de una sola vez, arrozconpatatasyconejo, como si ya la ligazón fonética diera cuenta de la noción misma, esto es, un arroz de muntanya más cremoso que caldoso donde ninguno de sus ingredientes era susceptible de ser reemplazado por 'lo que hubiera en la despensa o se tuviera más a mano', como sugieren tantos manuales de hoy en día a propósito de casi cualquier receta.

Yo empezaba por la carne, pero no porque fuera lo que más me apeteciera (menos aún la de conejo, tan pálida, enjuta y tendinosa); no, la finalidad era despejar el plato para hincar la cuchara a discreción, sin temor a que los huesecillos del animal, que dejaba a un lado, se entrometieran en el bocado. Antes del arroz, no obstante, atacaba las patatas, que conferían al guiso un toque proletario, como de caldereta menestral. No había contrariedad en el hecho de que el plato fuera campestre y la Barceloneta, un barrio marítimo: vivíamos de espaldas al mar y, al cabo, uno cocina como vive.

Otras glorias de ca la yaya fueron el estofado de ternera (con la patata algo más consistente que en el arrozconpatatasyconejo y cortada a cubos), la escudella y carn d'olla, los canelones, los fideos a la cazuela, el arroz a la cubana y el bacalao con patatas y alioli (particularmente, en cuaresma, y que a los nietos nos chafaba mi abuela hasta convertir el guiso en un puré de hilachas). En cambio, los macarrones, a priori más sencillos que esos platos, siempre se le resistieron: los dejaba hervir tanto tiempo que se desintegraban al menor contacto con el tenedor y, por lo demás, la salsa nunca fue nada del otro jueves; tanto es así que, llegado un día, los nietos le pedimos que utilizara salsa de bote. Y ella, que siempre ha sido una mujer moderna, obedeció.

Hoy apenas cocina. Las piernas no la sostienen y se vale de unas muletas para mantenerse en pie, por lo que le resulta casi imposible manipular ollas, sartenes y cazuelas. Aun así, hay días en que hace acopio de fuerzas y borda un arrozconpatatasyconejo, preparación que resume con extraordinaria pureza su paso por los fogones de este mundo y que, dado su estado, cobra un aire testamentario.

Sin ser una mujer olvidadiza ni desmemoriada, lleva unos días canturreándome la receta, a lo que yo respondo fingiendo que la oigo por primera vez, interrumpiéndola con patética teatralidad para preguntarle, ahora y siempre, qué grosor han de tener las patatas.



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