jueves, 9 de julio de 2015

Calle Melancolía


El Ayuntamiento de Madrid pretende quitar de las calles los nombres franquistas en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, que a estas alturas debe de ser la única que Podemos y alrededores consienten en cumplir. (Ya anunció la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que desoiría las leyes que no considerara justas.) La adecuación del nomenclátor urbano a la nueva política no sólo sacia el afán de la izquierda de ganar la Guerra Civil en los despachos. Además, satisface el anhelo, típicamente populista, de rebautizar el mundo, cual si la 'verdadera democracia' exigiera también un encalado semántico.

A semejanza de otras iniciativas de este tipo, también ésta plantea una paradoja: la que resulta de invocar la memoria para impugnar el pasado, despreciando la evidencia de que un callejero es, en parte, una geología de la infamia. O tal vez no haya paradoja ninguna y 'memoria histórica' sea en verdad un modo menos obsceno de decir 'memoria selectiva'. La operación, en cualquier caso, supone el mismo fraude que, por ejemplo, pulir los balazos de un muro de fusilamiento. Y hacerlo, claro está, en nombre de los fusilados. (Siguiendo con el símil, hay algo monstruoso en el virtuosismo podemita, y es esa obstinación en limar la vida, ese afán en delinear un mundo sin amenazas, sin traumas, sin rugosidades. Sin elementos, en fin, que nos zarandeen, nos incomoden, nos agiten. Me temo, no obstante, que no es éste un rasgo privativo de Podemos, sino de toda la izquierda.)

Barcelona vivió una experiencia parecida hace 8 años, en el barcelonés barrio de Gracia. En aquel caso, no obstante, se trataba de sustituir el nombre de la Plaza de Rius i Taulet (el alcalde de la Exposición de 1888, nada menos) por el de Plaça de la Vila. Éstas fueron las razones que expuso el entonces presidente del Distrito, el republicano Ricard Martínez: "Estimado vecino/vecina: Queremos invitarle a participar en el proceso consultivo para cambiar el nombre de la emblemática plaza Rius i Taulet. Desde el más absoluto respeto por Francesc Rius i Taulet, diversos movimientos sociales y entidades han reivindicado que la plaza sea rebautizada de forma más cercana a la sensibilidad popular de los y las gracienses". Como queda dicho, la sensibilidad popular determinó que el nombre fuera Plaza de la Vila. La evocación de la Expo de 1888, piedra angular de la Gran Barcelona, quedó así sepultada bajo un indocto villarriba cuyo propósito, en verdad, no era otro que socavar la barcelonidad del barrio para exaltar su pedigrí alternativo.

La alcaldesa Carmena, al parecer, también envolverá el proceso en el incienso de las entidades sociales a fin de que la responsabilidad de renombrar la ciudad recaiga sobre el pueblo, cuyos pronunciamientos, como es fama, son infalibles. En el callejero franquista elaborado por el historiador Antonio Ortiz, y que hace suyo la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, figuran, entre otras, las calles de Salvador Dalí, José Pla y Juan Antonio Samaranch. Ah, lo que daría por espiar las deliberaciones de los Soto, Zapata, Maestre... respecto a si mis paisanos merecen o no... ¡el desahucio! En la certeza de que, dados los propietarios, el indulto sería la mayor de las afrentas.


Libertad Digital, 7 de julio de 2015

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