martes, 7 de octubre de 2014

Despachos de guerra

Las sucesivas decapitaciones de occidentales a manos del Estado Islámico han traído consigo un fenómeno aún más hórrido, cual es el arrumbamiento de esos mismos crímenes (para pasmo, sospecho, de los propios terroristas). Es fama que a la prensa se le indigesta la redundancia, y lo cierto es que no hay nada más redundante que ese plano fijo en que, cada tanto, aparecen el mismo verdugo, el mismo desierto, el mismo cuchillo. Sólo la sangre se renueva, si bien su mero anuncio (hemos convenido en no verla) no alcanza, no parece alcanzar, para conmover a un televidente que raramente se baña por segunda vez en idéntica sangría. Máxime si nunca ha habido una primera. Quién sabe si el Perú se jodió el día en que leímos que el EI había matado ‘a otro rehén’. Cuando al asesino en serie le siguió el periodista en serie y a éste, el lector en serie. Incapaz de evitar la muerte, los periódicos deben hacer lo posible por que sus páginas no se conviertan en una fosa común, pero ni siquiera la elección de un ordinal evita esa impresión. A ello contribuye, sin duda, la despersonalización de las víctimas: no ya por el mono naranja, que también, sino por la mueca de extravío que se adivina en todas ellas. Nunca veremos de un modo tan secamente literal cómo la esperanza es lo último que se pierde. Ahí están, a punto de degollarlos y sin soltar un quejido, un ‘fuck you’, un escupitajo (tantas películas bélicas y todas han resultado falsas a fuer de verosímiles); antes al contrario, aún conservan un soplo de altivez para culpar a su gobierno de que el enmascarado que tienen a su izquierda vaya a serrarles la cabeza. (A menudo pienso en la posibilidad de que, puesto que se trata de snuff-movies, lleguemos a ver los descartes.)

"La ejecución se produce tras la aprobación del Parlamento británico de bombardear las posiciones del Estado Islámico en Irak." Obviamente, el bombardeo sigue a las ejecuciones, no al revés, pero no hay nada tan implacable como un redactor olisqueando porqués en el cuarto mundo. Por lo demás, ni siquiera los politólogos más tercamente altermundistas se han atrevido a insinuar que el EI es fruto de la violencia estructural del imperio. Diríase que por razones puramente fisiológicas: debe de ser acomodar a esa clase de matanzas el cliché de las venas abiertas de cualquier incógnito Oriente.

(Ah, pero la infamia, como la vida en Parque Jurásico, se abre camino. Leo esta misma mañana en el blog Barcepundit que la feminista estadounidense Naomi Wolf, ex asesora del Partido Demócrata, divulgó en su Facebook un comentario en que dudaba de la autenticidad de los vídeos del EI y aventuraba la hipótesis de que fueran un montaje del Gobierno -y que tanto los asesinos como las víctimas y sus familiares fueran actores. Wolf sostiene, asimismo, que Estados Unidos ha estado enviando tropas a Liberia no para sofocar el brote de Ébola, sino para introducir el virus en el país y aprovechar el estado de alarma para dar un golpe militar.)

Veo en televisión una imagen en blanco y negro de un edificio de tres plantas que, al parecer, hace las veces de guarida del Estado Islámico. Una diana de color verde anticipa el fulgor. Black out. El terrorismo no sólo se cobra las vidas de los rehenes. También opera en nuestra trastienda moral. Yo mismo, por ejemplo, no tengo ningún reparo en afirmar que el mejor programa televisivo es el de la destrucción de las madrigueras del EI, una clase de acción que, obviamente, está más emparentada con el terrorismo de estado que con la hazaña bélica. Tengo para mí que no soy el único que se siente reconfortado ante lo que, en puridad, no es sino otra forma de terrorismo, pues de lo contrario los gobiernos occidentales no divulgarían esas imágenes, cuyo cometido, en suma, es subir la moral a la población (del mismo modo que, tras el 11S, fue proverbial ocultarlas).

Estamos en guerra.


Zoom News, 6 de octubre de 2014

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