miércoles, 11 de junio de 2014

Mesa para dos


Mujer y restaurante forman un binomio confuso, acaso gobernado por una desafección tan antigua como inmune al auge de la gastromanía. Ellas desprecian el comer (no la comida, ojo, sino el comer; hay un matiz), y nada, ni siquiera las tapas nitrogenadas y demás apoteosis de lo aéreo, logran persuadirlas de que no hay lugar más tremebundo que la mesa de un restaurante ni esparcimiento más siniestro que eso que en Cataluña llamamos ‘entaular-se’, cuyas connotaciones, siempre despreciables, carecen en castellano de una voz que las iguale. No en vano, ‘entaular-se’, de taula (mesa), remite a un encajonamiento casi estabulario, a una suerte de prisión pasajera y, por ello mismo, doblemente eterna. ‘Entaular-se’, en fin, es algo así como el reverso omnívoro de la ‘petite mort’, un paréntesis en el discernimiento entre el bien y el mal del que conviene guardarse. La aversión femenina al rito del yantar, ya digo, ha vadeado océanos de tiempo para llegar exultante a nuestros días, pasando por encima del cocktail de gambas, aguacate y salsa rosa, los volovanes rellenos de atún, las espumas de crema catalana, la tortilla deconstruida y el helado caliente. Lo que sigue es un decálogo para el tiempo en que todo era inocente y el restaurante competía de en pie de igualdad con el cine, los paseos o un concierto veraniego. Un decálogo, en efecto, perfectamente inservible, como cualquier poética o tratado que se precie de trascendente, y que aviva el recuerdo de aquel atardecer en que ella dijo “sí, claro, me parece estupendo”. Habían abierto un nuevo ‘gastro’ en el barrio y el tren de la modernidad pasaba por allí. Qué no sería yo si entonces hubiera sabido todo esto.

1) Cuando te dé a probar su tarta de chocolate, no cometas la insensatez de rebañar el vértice de la porción y ataca, preferentemente, la costra del perímetro. Ten en cuenta que el fin del ofrecimiento no es que paladees el chocolate, sino que mutes en tuneladora, que hagas de picador, ay, allá en la mina.

2) Deja que el vino lo sirva ella. Les chifla hacerlo; tal vez en su psique devenga una suerte de amamantamiento simbólico, algo así como un derrame consentido de maná.

3) Una de las formas que eligen para poner las cartas sobre la mesa son las sentencias del tipo “yo nunca he sido muy de bacalao”. Si tal fuera el caso 1) no trates de persuadirla con las virtudes del bacalao, 2) inclínate levemente hacia ella, y 3) escucha con un rictus de dulzura el trauma adolescente del que proviene esa desafección (y todas las que la noche vaya deparando, en plan ‘no sé si te he contado que el Licor 43 y yo somos incompatibles porque hubo un día en que se me fue la mano con la piña).

4) Nunca, bajo ningún concepto, comas menos que ella.

5) Resiste la tentación de abandonarte a la nostalgia freak, esto es, evita en lo posible que la mención del bacalao te aboque al aceite de hígado de ídem que denostaban los gemelos Zipi y Zape. ¿Cómo? ¿Que no recuerdas a los Zipi y Zape? No me entusiasmaban tanto como Anacleto o El botones Sacarino, pero debo admitir que los secundarios de la serie (Sapientín, Peloto o aun el mismo Pantuflo) conformaban una magnífica galería sociológica. De todos modos, mi serie predilecta era 13 Rue del Percebe. Había en la azotea un moroso al que acosaban los acreedores y que solía fortificar la puerta y que… Cuando llegues al tendero de la planta baja, la conversación será ya un soliloquio intolerable. Lo sabrás porque ella habrá dejado de servirte vino.

6) Fíngete intrigante. A mí, por ejemplo, una de las tretas que suele darme resultado es nublar la mirada y declamar: “Siempre se habla de la inutilidad de la última rebanada del pan bimbo; en cambio, nadie ha hablado jamás de la inutilidad de la primera”. Luego vuelvo en mí, pestañeo como si les acariciara los labios y exclamo: “Qué tontería, ¿no?”.

7) Hazte el atormentado. Si te pregunta: “¿Y esa cicatriz?”, responde: “Si no te importa, preferiría no hablar de ello. Al menos, no por ahora”. (He de admitir que este punto es mi flanco más débil. Mis “frecuentes indiscreciones”, como dice mi amigo A., se vuelven incluso contra mí.)

8) Drógala.

9) Si el jefe de sala o alguno de los camareros te brinda un trato especial, no estires la conversación para hacerle notar tu caché. Tratándose de hombres, el “cómo va todo” es una suerte de big bang que tiende al ordenamiento del mundo en grupos de Champions.

10) Cuando llegue el instante en que diga “ji, ji, ji… empiezo a sentirme un poco mareada”, sírvele otra copa. Ese gesto propiciará que ella siga columpiándose en el eufemismo del mareo en lugar de saberse borracha.

Unfollow, 26 de mayo de 2014

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