jueves, 24 de octubre de 2013

Españolistas vs espanyolistas: un relato catalán

Hace aproximadamente un año, el entonces presidente del RCD Español, Ramón Condal, suscribió un convenio de apoyo a la internacionalización de las 'selecciones nacionales catalanas', alegando que el Español no podía quedarse al margen de lo que él mismo calificó como 'iniciativa de país'. No había transcurrido una semana cuando la peña españolista La Toga Perica, integrada por juristas, remitió una carta a Condal en que hacía constar su "profundo malestar" por el apoyo del club a lo que, según juzgaban, era "una maniobra de claro sesgo ideológico que vulnera[ba] de plano la filosofía de nuestro club "y "dinamita[ba] la imprescindible neutralidad política que ha de mantener por respeto a la pluralidad ideológica de sus socios y accionistas". 

No fue la única peña que se pronunció al respecto. En cuanto hubo partido en Cornellá-El Prat, La Curva, el grupo ultra que ocupa el fondo Cornellá ( léase 'ultra' en su acepción de 'foco de animación', si bien es cierto que muchos de sus miembros provienen de las antiguas Brigadas Blanquiazules, éstas sí, ultras a lo largo y ancho del término); La Curva, decíamos, recibió al equipo al son del '¡Que viva España!', pasodoble que en boca de sus integrantes adquiere un brío inequívocamente marcial. El cántico desató la silbatina de un sector de la tribuna, lo que a su vez encendió los ánimos de los hinchas que, si bien jamás incurrirían en el mal gusto de entonarlo, no consideran que hacerlo merezca reproche alguno. Había bastado con que Condal se enfundara la camiseta de Cataluña para que la grada se convirtiera en un avispero. 

Conviene tener en cuenta que no hacía ni un mes de la manifestación del 11 de septiembre de 2012, que había reunido a 350.000 nacionalistas en las calles de Barcelona. La adhesión del presidente del Español al cónclave 'proseleccions' tenía algo de seguidismo, cuando no de mimetismo a secas. Aquellos días, en efecto, la efervescencia soberanista convirtió el repudio a España en una muestra de 'normalidad institucional' y cualquier disidencia al respecto pasó a ser considerada poco menos que un crimen de lesa patria. Por otra parte, Condal era un presidente en el disparadero. Su aciaga gestión tocaba a su fin, por lo que su decisión de arropar a Artur Mas debió de verse afectada por el 'síndrome del convento'. En el supuesto, insisto, de que hubiera decidido algo, más allá de dejarse mecer por la consigna 'Independència'. 

No obstante, lo que de veras respaldaba la deriva soberanista de Condal era la historia reciente del RCD Español.

Todo empezó cuando, a finales de los noventa, la directiva, entonces presidida por Daniel Sánchez Llibre, suprimió la 'ñ' del nombre oficial e incrustó en su lugar el dígrafo 'ny'. La mudanza obedecía al propósito de dulcificar la imagen del club, comúnmente asociada al más bronco españolismo (valga la redundancia), para que aquélla resultara menos indigesta o, por decirlo en neolengua, más políticamente correcta. No en vano, el cambio de decorado acaecido con el pujolismo había convertido al RCD Español en un grumo en el paisaje, en una anomalía cuya expresión más palmaria era el viejo Sarriá, en el que resultaba imposible dilucidar dónde terminaba la solera y dónde comenzaba la mugre, y donde todo, desde las banderas inconstitucionales (cuando no directamente delictivas) hasta la venta de carajillos, parecía tener las horas contadas.

Sarriá fue el escenario en que se consumó la epopeya de Sócrates, Rossi y Maradona en el 82, sí, pero también evocaba el lado más luctuoso del deporte rey, el de las tragedias Heysel, Valley Parade o Hillsborough. La demolición del estadio y el posterior traslado a Montjuïc, con la consiguiente pérdida de protagonismo de las Brigadas Blanquiazules, allanaron el camino a la directiva en su afán de desterrar la 'eñe'.

Inútiles esfuerzos de 'integración'

La renuncia al castellano, no obstante, no suscitó ninguna muestra de calidez entre la Cataluña biempensante; antes al contrario, en la ofrenda floral al monumento a Rafael de Casanova, con motivo de la Diada, los insultos y escupitajos a la delegación del Español se hicieron cada vez más habituales. De ahí, tal vez, que la directiva de Sánchez Llibre creyera necesario deshacerse del himno bilingüe para, luego de una desdichada adaptación al catalán, acabar adoptando una tonada candorosa que jamás ha tenido la más ínfima repercusión en el cancionero de la hinchada. Ni que decir tiene que ese horrísono 'Jo t'estimo Espanyol' que hoy en día esputa la megafonía de Cornellá tampoco ha levantado adhesión alguna entre los custodios de la bondad universal. De hecho, ni siquiera la erradicación de las Brigadas Blanquiazules y la volatilización de las banderas españolas hizo que el Español resultara agraciado en el reparto de salvoconductos de catalanidad. Ni siquiera la erradicación de las Brigadas Blanquiazules y de las banderas españolas hizo que el Español resultara agraciado en el reparto de salvoconductos de catalanidad.

Entretanto, la peña Juvenil se ha desgajado de la Curva para ocupar uno de los altos del fondo Prat, en lo que se antoja un calco del destierro que ese mismo grupo vivió en Sarriá en junio de 1997, después de que sus miembros recibieran amenazas de las Brigadas Blanquiazules. En aquella ocasión, la discordia entre ambos grupos se debió a la negativa de la Juvenil a seguir enarbolando rojigualdas, aunque lo cierto es que, como acostumbra a suceder en esta clase de trifulcas, las banderas enmascaraban una disputa de largo aliento por el reparto de entradas, aderezada por el odio africano, indesmayable, que se profesaban Jota, entonces jefe de la Juvenil, y Freddy, a la sazón líder de Brigadas. Ahora, los miembros de la Juvenil acusan al núcleo duro de Curva de volver a las andadas, esto es, de reavivar el nacionalismo (español) en el graderío, dinamitando uno de los principios fundacionales de la propia Curva, cual es la neutralidad política, la misma neutralidad que invocaban los juristas de La Toga Perica en su diatriba contra Ramón Condal.

Los actuales curveros niegan la mayor y recuerdan que las únicas banderas que se ven en la grada, además de las blanquiazules, son las independentistas. En efecto, basta un barrido circular para constatar que el giro catalanista de la directiva ha traído consigo un panorama inédito en el RCD Español, donde, históricamente, las banderas cuatribarradas no dejaban de ser un fenómeno marginal. La tortilla ha tardado quince años en caer, pero el vuelco es palmario. Ahora, mientras que la pericada ‘españolista’ sigue aferrada al compromiso, cada vez menos férreo, de no exhibir símbolos nacionales, la pericada catalanista considera que mostrar la senyera es poco menos que un síntoma de normalidad institucional. 

Una tensión-no-resuelta que, en cualquier caso, tiene al menos la virtud de evocar la pluralidad de Cataluña de una forma asombrosamente precisa; bastante más precisa, desde luego, que la representación de Cataluña que proyecta el Barça, varado desde hace siglos en el unanimismo o, por emplear la retórica de Vázquez Montalbán, en el desempeño simbólico de la función de ejército civil desarmado de Cataluña, y para quien el Español siempre fue un club de inadaptados. Aunque ésa, claro, es otra historia.


ZoomNews, 22 de octubre de 2013

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