jueves, 19 de septiembre de 2013

Una gran anomalía

Lo primero que sorprende de Cataluña es que sea el poder quien convoque las manis. El Gobierno catalán pretexta enfáticamente que las movilizaciones no son cosa suya, sino de lo que denomina sociedad civil. Para que se entienda qué es eso de la sociedad civil iremos al cine. En El escándalo de Larry Flynt hay una escena en que el protagonista, el editor de pornografía Larry Flynt, asiste a una convención organizada por una agrupación que se hace llamar Estadounidenses por la Libertad de Prensa. Uno de los esbirros del editor, en un aparte, le hace saber su alegría por que los defensores de la libertad de prensa les hayan invitado al acto, a lo que Flynt responde:

No seas idiota, los defensores de la libertad de prensa somos nosotros. ¿Quién te crees que paga todo esto?

La cita es tanto más pertinente cuanto que Artur Mas, a su modo, también es pornógrafo. Lo que le diferencia de Flynt es que la causa que decía defender este último, siquiera de forma oportunista, sí tenía que ver con los derechos civiles.

Otro rasgo anómalo es que el Gobierno no tenga oposición. O, por ser más precisos, que Esquerra Republicana de Catalunya, el partido que se arroga la jefatura de la oposición, sea en realidad el principal sostén del Gobierno. Se trata, obviamente, de un déficit democrático cuya inadvertencia se debe al velo viscoso que en Cataluña lo envuelve todo. El mismo que difumina, hasta prácticamente confundirlos, los perfiles de lo público y lo privado, el Gobierno y la familia, el fútbol y el país o el partido y la televisión.

Ah, la televisión. La retransmisión del Barça-Osasuna del 10 de septiembre de 1983, de la que ayer se cumplían precisamente 30 años, fue la primera emisión de TV3, un artefacto propagandístico que, sin el menor disimulo, ha ido tallando una imagen de Cataluña a imagen y semejanza de ese enclave moral que el nacionalismo da en llamar nación cultural, y que consiste en la perversa identificación entre lengua, identidad y cultura. Sin ese foco de irradiación, la Cataluña de hoy en día sería inconcebible. Pedagogía del odio, folklorismo irredento y sobreexposición de soplapolleces de variada índole (empezando por las soplapolleces de la audiencia, a la que se han abierto las puertas para que exhiba el álbum familiar, un amanecer o lo bien que suben los críos) son los rasgos primordiales de una televisión íntegramente dedicada a exhibir, con todo lujo de detalles, el mismo paisaje que contribuye a fabricar. No hay que descartar que el íntimo deseo de esos miles y miles de manifestantes por la independencia sea el mismo que el de los leperos del Meteosat: salir por la tele. O, como señalan con ínfulas los promotores de la cadena humana: hacer Historia, poder decir "jo hi era".

Una de las consecuencias de este atraso, o quizás su causa misma, es la exclusión del Gotha de los talentos desafectos al régimen. Me refiero a personajes como Miguel Poveda, Loquillo, Ferran Adriá, Sabino Méndez, Mario Gas, Albert Boadella, Sergi Arola, Ferran Toutain, Juan Carlos Girauta, Ignacio Vidal-Folch, Francesc de Carreras, Félix de Azúa, Xavier Pericay, Arcadi Espada, Iván Tubau o Salvador Sostres. Lo que demuestra, por otro lado, que el nacionalismo es profundamente antipatriótico.

En Cataluña hay sindicatos, sí, pero se pliegan a la trompetería del Gobierno. Sin llegar a ser lo que conocemos por sindicatos verticales, lo cierto es que una gran mayoría de sus consignas se hallan supeditadas al complemento de país, lo que se traduce en secundar toda suerte de vindicaciones nacionalistas. Así, más que un sindicalismo de clase, lo que ha acabado imponiéndose en Cataluña es un sindicalismo de país.

Al parlamentarismo de país y el sindicalismo de país siguió, el 26 de noviembre de 2009, la prensa de país.

No, el editorial no se escribió solo. El autor fue el periodista de La Vanguardia Enric Juliana, que suele esgrimir la tesis de que Cataluña es una mujer maltratada, lo que convierte la ruptura en algo perfectamente razonable. En uno de sus más recientes artículos, Juliana aseguraba que, mientras los diarios catalanes se habían ocupado de la candidatura de Madrid 2020, el diario ABC no había hecho lo propio con la de Barcelona 92 en 1986. La portada del ABC del 17 de octubre de 1986, decía, no hacía mención de la candidatura de Barcelona. Llevaba razón, claro. Lo que omitía es que la portada del día siguiente, la del 18 de octubre, estaba dedicada a la elección de Barcelona como sede de los Juegos del 92. Juliana sabía, evidentemente, que las portadas de ABC de aquel entonces eran monotemáticas, lo que hacía imposible la coexistencia de noticias. Así, cabe deducir que los responsables del diario, a fin de evitar la repetición de portadas, optaron, con buen criterio, por dedicar a Barcelona la del 18, es decir, la del día siguiente al veredicto. Ahora bien, que Barcelona fuera portada el 18 no quiere decir que el 17 no se hablara de ella en el interior del diario. De hecho, y tras las secciones habituales del comienzo, Barcelona era uno de los dos temas de apertura. Asimismo, uno de los tres editoriales estaba dedicado a ella. Y, por si eso fuera poco, la sección de Deportes estaba protagonizada por la crónica del enviado especial a Lausana, Andrés M. Varela. En la página siguiente, además, había una pieza de apoyo, ciertamente osada, sobre los miembros del COI. Coronaba el despliegue una columna de Gilera.

Página de apertura, editorial, dos páginas en el interior y una columna de opinión. Esto es lo que Juliana entendía por asimetría: la que, según su peculiarísimo enfoque, había entre la atención de los diarios catalanes a la candidatura de Madrid 2020 y la desatención de los madrileños a la de Barcelona 1992. De este modo, y a semejanza de una profecía autocumplida, la justificación de la desafección catalana a partir de esa asimetría (falsa de punta a cabo) es el único argumento de los desafectos.

Conste que Juliana, a quien suelo leer con gusto, es un exquisito comparado con la mayoría de los arietes del nacionalismo. Días atrás, por ejemplo (en Cataluña nunca hay que ir muy lejos para rescatar un caso que venga al pelo), el director del digital Vilaweb, Vicent Partal, acusó al PSC de "bascular hacia el fascismo" por aproximarse esta formación a los planteamientos del Partido Popular y de Ciudadanos, éstos sí, fascistas palmarios. La caracterización del adversario político como fascista (o como español, uno y lo mismo en el credo de Partal) es el pa que s’hi dóna en Cataluña (conèixer el pa que s’hi dóna, "conocer el pan que se da", es una expresión con que los catalanes designamos el conocimiento de los riesgos habituales de cualquier empresa).

Así las cosas, y teniendo en cuenta que Cataluña es un cúmulo de anomalías, que el consejero de Cultura del Gobierno de Artur Mas, Ferran Mascarell, endose el término a España no sólo ilustra su desvergüenza. Además, confirma un salto cualitativo: hasta hace al menos un par de años, la piromanía política era un vicio estrictamente popular y mensurable, limitado a los Carod, Colom y alguna que otra escaramuza de Pujol. Como en el pueblo de Amanece que no es poco, el reparto de papeles propiciaba una atmósfera no del todo respirable, pero en modo alguno tóxica. Hoy, en cambio, el aire es nauseabundo.

(Mientras escribo, a no más de 50 metros de mi portal, cientos de conciudadanos forman uno de los tramos de cadena humana. Si no fuera porque la mayoría de ellos son adultos, se diría que forman la fila del comedor. A las 17:14 han levantado la vista y sonreído al helicóptero. Qué tragaderas, la Historia).


Libertad Digital, 11 de septiembre de 2013

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