miércoles, 17 de abril de 2013

¡Bajen del escenario!

Cuenta Boadella en sus Diarios de un francotirador que acostumbra desayunar con la radio puesta, supongo que con la tertulia de Federico Jiménez Losantos o la de Carlos Herrera. Y que en cuanto Federico (o Herrera) ‘abren las líneas’ a los oyentes, da el programa por acabado, pues nada le parece menos interesante que la opinión del oyente. También a mí me ocurre: en cuanto se ‘abren las líneas’, apago el transistor o cambio de emisora, aunque no tanto por desinterés cuanto por vergüenza ajena, la que me suelen provocar esos oyentes que inquieren al locutor: “¿No me recuerdas? ¿Y si te digo que soy Jacinto, el que llamó la semana pasada?.

Esta claudicación ante el pueblo no es exclusiva de la radio; en los últimos tiempos, también la prensa y la televisión han entregado al vulgo secciones enteras, imbuidos por la consideración de que los ‘espacios de participación social’ son un distintivo de modernidad. Se trata del mismo fenómeno que ha hecho añicos la autoridad del profesor en las aulas, ha sentado peluqueras en los consejos de administración de las cajas de ahorro y ha puesto al frente del Ministerio de Trabajo a Fátima Báñez. No hay institución pública que no lleve incorporada su escupidera. Basta con ver los sms de algunas tertulias. Éstos, por ejemplo, asombrosamente reales: ‘¡zapatero pal exilio, !!que aki solo hace daño que sta undiendo españa…’, ‘¡desaparición del PSOE por voladura!’, ‘En la dictatura se hicieron 137 embalses, ¿cuántos ahora?’… Que la tertulia en cuestión sea de derechas, incluso muy de derechas, es irrelevante; lo que cuenta es la sensación de que en España la grasa siempre se abre camino, aunque bien es cierto que, a diferencia de la izquierda, la derecha parece celebrarla.

Los vicios de la izquierda no son menos terribles, pero sí más perversos. En su enigmático y turbador ensayo Imitació de l’home, el escritor Ferran Toutain alude, a cuenta de esa factoría de mimetismos que es la radio, a un programa radiofónico catalán en el que cada noche se formula una pregunta a la audiencia. Una pregunta, dice Toutain, “del tipo de si se han de dar más derechos a los animales o si las mujeres tienen más sensibilidad que los hombres”. “Los intereses principales del programa”, continúa, “se repartían habitualmente entre el animalismo y el feminismo y, como se podía prever, el resultado de la encuesta era favorable a las expectativas de estas dos corrientes. Una noche [...], a la locutora del programa [...] se le ocurrió preguntar a los oyentes si creían posible que Dios, aunque siempre se había pintado como un patriarca de largas barbas blancas, fuera en realidad una mujer”. Y en este plan, que diría Umbral. ¡Ah, la izquierda!

El intercambio de papeles entre emisor y destinatario, ya digo, rebasa el ámbito de los medios, pero tal vez sea en los medios donde el arbitrio de ‘mecanismos democráticos’, esa cuota penitencial, se revela en toda su crudeza. La ilusión de saberse partícipe del discurso mediático o, en la prensa, la posibilidad de toser en la cara al autor del artículo (a menudo, casi literalmente), son un simulador irresistible del ejercicio del poder. Mientras escribía esta pieza, en la web de La Vanguardia convivían, en pie de igualdad, la noticia de la muerte del fotógrafo Paco Elvira y las monas de Pascua de los lectores. Más allá de lo episódico, no obstante, la diseminación de la audiencia se expresa en apartados como el de las noticias más leídas, el vídeo chistoso o el tuit jacarandoso; apartados que, como la obligatoriedad de lo gracioso, parecen llegados para quedarse.

La última noticia de este sordo allanamiento, de esta moderna invasión de los ultracuerpos, viene a cuento del programa culinario de TV3. De lunes a jueves, un cocinero de postín recrea ante la audiencia una receta imposible, alambicada, renuente a los remedos hogareños. (Aún recuerdo, en este sentido, el gélido consejo del repostero Oriol Balaguer: “No intenten hacerlo en sus casas”.) Los viernes, en cambio, ‘abren las líneas’ a los particulares, con su recetario de convento y armadura: cinta de lomo hervida, conejo con caracoles, macarrones de la abuela… Vainas, en fin, vainas que en su interior encierran otras vainas. El invitado del pasado viernes, un maestro de Castelldefels, preparó una fideuá con ciruelas. Me fijé en que toqueteaba las salchichas con el rítmico gracejo con que, en su fuero interno, debían de hacerlo los profesionales. Para entonces ya me reconocía en cada una de sus facciones.


Unfollow, 14 de abril de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario